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Luisa Restrepo - publicado el 29/09/22

La palabra fue la fuente de inspiración y de vida para la Virgen, como muestra su camino de escucha y acogida. Una bonita reflexión de la comunicadora Luisa Restrepo

Un día en que Jesús predicaba, alguien le avisa que están ahí su madre y sus parientes, y el Maestro tiene una respuesta desconcertante: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y señalando a quienes le escuchan añade:

“Estos son mi madre y mis hermanos. Todo el que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi madre y mi hermano”.

Mc 3, 32-35

Y lo dice porque su madre, María, es la mujer de la escucha. Lo vemos en el encuentro con el ángel y lo volvemos a ver en todas las escenas de su vida: en las bodas de Caná, en la visitación, en la cruz y en el día de Pentecostés.

Ella hizo que la palabra fuera más que un modo de expresarse, ella permitió que la palabra moldeara su corazón y precediera sus acciones.

LA ANUNCIACIÓN

En el momento del anuncio podemos ver ya la actitud de escucha, una escucha verdadera, y dispuesta a interiorizar.

María no dice simplemente «sí», sino que asimila la palabra, la acoge en sí y la medita en el corazón.

La palabra se hace vida en su vida, cuando de ella sigue la obediencia. Una palabra ya interiorizada, es decir, transformada, se convierte en encarnación.

EL MAGNIFICAT

Lo mismo vemos en el Magníficat. Un hermoso texto entretejido con palabras del Antiguo Testamento. María es realmente una mujer de escucha, que en el corazón conocía la Escritura. No solo conocía algunos textos; estaba tan identificada con la palabra, que en su corazón y en sus labios las palabras del Antiguo Testamento se transforman, en un canto.

Su vida estaba realmente penetrada por la palabra, había entrado en la palabra, la había asimilado y en ella se había convertido en vida, transformándose luego de nuevo en palabra de alabanza y de anuncio de la grandeza de Dios.

María se convierte en palabra viva porque toda ella habla de Dios. La Virgen es palabra de la escucha, palabra silenciosa; pero también palabra de alabanza, de anuncio, porque en la escucha la Palabra se hace de nuevo carne, y así se transforma en presencia de lagrandeza de Dios.

LA CRUZ

Para ser madre de Jesús hay que hacer la voluntad de Dios, María lo sabía ya desde el día de la anunciación. Y a través de la escucha y la interiorización lo había hecho vida. Pero lo que aún le faltaba por aprender es que voluntad de Dios implicaría una voluntad que la distanciará de su hijo en la vida.

Nos dice José Luis Martín Descalzo:

En esa «hora» es cuando María será verdaderamente importante. Entonces descenderá sobre ella una palabra dedicada a su más íntimo corazón de madre, que se verá misteriosamente ensanchado. Si Cristo ha elegido la vocación de sufrir y morir por la salvación del mundo, es claro que cuantos, a lo largo de los siglos, le estarán unidos por amor, tendrán que aceptar, cada uno en su rango y función, esa misma vocación de morir y sufrir por esa salvación.

Aunque la cruz despojó a María de la presencia física de su hijo, la muerte nunca la separaría de la Palabra que llevaría grabada a fuego en su interior para siempre.