Esta web usa cookies operativas propias que tienen una pura finalidad funcional y cookies de terceros (tipo analytics) que permiten conocer sus hábitos de navegación para darle mejores servicios de información. Si continuas navegando, aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración, desactivarlas u obtener más información.

En VaticanNews, Andrea Tornielli analiza las tradiciones marianas de las que bebe el texto de la consagración al Inmaculado Corazón de María que el Papa Francisco, junto con el pueblo de Dios, los obispos y los sacerdotes de todo el mundo, pronunciará en la tarde del 25 de marzo.  Publicamos este análisis por su interés (traducción del italiano por Pablo Cervera Barranco). 

Una oración desde el corazón de la gran tradición mariana

Una oración pública y unánime que une a toda la Iglesia, para implorar la paz y consagrar al Inmaculado Corazón de María a toda la humanidad y especialmente a Rusia y Ucrania, mientras que por desgracia los combates y bombardeos que cosechan víctimas entre los civiles ucranianos siguen haciendo estragos. Un gesto sencillo y humilde de quienes creen y confían en el poder de la oración y no en el de las armas.

Se ha anunciado el texto del acto de consagración y entrega, que el Papa Francisco realizará alrededor de las 18.30 horas del viernes 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, al término de la celebración de la penitencia en la Basílica Vaticana. Se trata de un texto entretejido con citas de la gran tradición mariana, que será pronunciado en todo el mundo por el pueblo de Dios dirigido por los obispos y los sacerdotes.

He aquí hay algunas referencias.

La oración del Papa por la consagración de Rusia y Ucrania a María

Madre de Dios, es el título con el que se venera a Nuestra Señora en Oriente y en Occidente, proclamado como dogma por el Concilio de Éfeso. 

Madre de la Misericordia es una expresión que también se repite en la «Salve Regina».

«Es Él quien nos ha dado y ha puesto en tu Inmaculado Corazón un refugio para la Iglesia y para la humanidad». 
Estas palabras evocan la revelación de Fátima: «Dios ha decidido establecer la devoción a mi Inmaculado Corazón...» y »mi Inmaculado Corazón será tu refugio».

Imagen peregrina de la Virgen de Fátima con la comunidad grecocatólica de Leópolis, en Ucrania, durante la guerra.

Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción de María, proclamado por el Beato Pío IX en 1854, pertenece a la Iglesia Católica, las Iglesias de la Ortodoxia comparten la misma fe. El teólogo ortodoxo ruso Sergei Bulgákov, por ejemplo, sostiene que «en la ortodoxia, la fe en la ausencia de pecado personal de la Madre de Dios es como el incienso, como una nube de oración que la veneración y la piedad de la Iglesia concentran y elevan». Además, la referencia al «refugio» hace resonar la antigua oración mariana «Sub tuum praesidium» .

[Nota de ReL: es del año 250 o 350 d.C. y se encuentra en Iglesias de diversos ritos: "Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!"].

«Recurrimos, pues, a ti, llamando a la puerta de tu Corazón nosotros, tus queridos hijos a los que en todas las épocas no te cansas de visitar e invitar a la conversión».
Aquí se puede ver una referencia a las apariciones marianas.

«Repites a cada uno de nosotros: «¿No estoy aquí, que soy tu Madre?»».
Esta es la frase revelada por María al indio Juan Diego, en la aparición de Guadalupe.

«Sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo». 
Se puede leer aquí una referencia a la «Virgen que desata los nudos», una imagen mariana a la que el papa Francisco es devoto de manera notoria.

«Tú, «tierra del Cielo», devuelves la concordia de Dios al mundo». 
La expresión «tierra del Cielo» está tomada de un himno monástico bizantino-eslavo, y poéticamente significa la unión entre el cielo y la tierra que podemos contemplar en María elevada al Cielo también con su cuerpo.

«Que las lágrimas que derramaste por nosotros hagan que florezca de nuevo este valle que nuestro odio ha agostado». 
Aquí se puede leer otra alusión a la «Salve Regina», donde hablamos del «valle de lágrimas».

«El sí que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de Paz; confiamos que de nuevo, a través de tu Corazón, venga la paz». 
En estas palabras encontramos una alusión velada al inicio del Tratado de la Verdadera Devoción del santo [San Luis María Grignon] de Montfort, según el cual Dios, igual que entró en el mundo a través de María, así, por medio de Ella, quiere seguir reinando en el mundo.

«Apaga la sequedad de nuestro corazón, tú que «eres una fuente viva de esperanza»». 
Esta es una cita de la oración de san Bernardo, «Virgen Madre, Hija de tu Hijo", presente en el último canto (XXXIII) de la Divina Comedia de Dante Alighieri.

«Has tejido la humanidad a Jesús».
Se trata de una expresión inspirada en algunos padres orientales (por ejemplo san Efrén el Sirio). La imagen de María como «tejedora» está presente en la iconografía cristiana desde el mosaico del arco triunfal de Santa María la Mayor y durante todo el primer milenio.

En el vídeo, el Canto XXXIII de Dante en La Divina Comedia, con música de Marco Frisina e imágenes de Rupnik de la capilla de la Nunciatura en París (de 2004) que recogen a la Virgen como tejedora: María tiene en la mano el ovillo con el que teje un cuerpo al Verbo. Cristo recibe de ella el vestido del cuerpo, es decir, la humanidad.

La entrega a María tiene una referencia evangélica. En el Evangelio de Juan leemos queJesús, desde la Cruz, confía el único apóstol presente en el Calvario a su Madre: «¡Mujer, he aquí a tu hijo!». E inmediatamente después, añade, dirigiéndose a Juan: «¡He aquí a tu madre!».

Encontramos huellas del acto de consagración o entrega a María al menos desde el siglo VIII, con San Juan Damasceno, un teólogo árabe de fe cristiana y Doctor de la Iglesia, originario de Damasco. Es él quien formula la primera oración de consagración a la Virgen: «Hoy también nosotros permanecemos cerca de ti, oh Soberana. Sí, lo repito, oh Soberana, Madre de Dios y Virgen. Unimos nuestras almas a tu esperanza como a un ancla firmísima y completamente inquebrantable, consagrándote mente, alma, cuerpo y todo nuestro ser y honrándote, hasta donde nos es posible, "con salmos, himnos y cantos espirituales" (Ef 5,19)».