Esteban Pittaro - Aleteia Argentina - publicado el 12/10/21
Este 2021, a diferencia de lo que ocurría en los albores de la Argentina, no habrá fiesta en las calles en honor a Nuestra Señora del Pilar. Los tiempos en los que los gobiernos asumían a la fe como motor de la vida cultural y social parecen cosa del pasado
Además de epicentro de una activa vida parroquial, tanto sacramental como como cultural, la Basílica del Pilar, en la Ciudad de Buenos Aires, es patrimonio histórico de la capital argentina. Y en estas festividades de su patrona, Nuestra Señora del Pilar, reabre su claustro, tesoro con valor más allá del interés eclesial, tras el cierre por la pandemia.
No hay templo en la ciudad de Buenos Aires que conserve su estilo barroco original como éste, inicialmente creado como iglesia y convento para la orden de franciscanos recoletos, reforma franciscana finalmente fusionada con las otras de hermanos menores a finales de siglo XIX. A ellos debe el nombre el barrio porteño, hoy conocido como Recoleta.
El inicio de las obras en el entonces convento data de 1715, y ya para 1721 arribaron los primeros religiosos procedentes de la Europa continental. Por ese entonces, valga el recuerdo, la idea de una nación argentina era inconcebible. Durante los siguientes años se fue terminando el templo, con su altar mayor obra de Domingo Mendizábal, Ignacio de Arregui y Miguel de Careaga.
¿Cómo se festejaba?
En tiempos virreinales, los festejos por Nuestra Señora del Pilar en Buenos Aires se extendían hasta la Fiesta de San Pedro Alcántara, el 19 de octubre, y se montaban en torno al convento de los recoletos pulperías, cafés, confiterías, abastos, bailes y diversiones varias, como rescató en un artículo publicado en Archivum, de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Geraldine Mackintosh. Las fiestas continuaron incluso más allá de la expulsión de los recoletos por la expropiación a la Iglesia en 1821, organizadas por el gobierno. Durante un tiempo, en aquella época, el convento fue incluso destinado a un asilo.
Luego definitivamente instalado como parroquia, a cargo del clero diocesano, fue teniendo modificaciones y ampliaciones, aunque ya en 1932, dos años antes del Congreso Eucarístico de Buenos Aires, volvió al estilo original. En 1936 fue elevada a Basílica, y en 1942 fue reconocida como monumento histórico nacional.
Capilla de las Reliquias
A San Pedro Alcántara está dedicada una de las capillas ubicadas al ingreso del templo, con una imagen de talla completa realizada por un tallista del Alto Perú. Frente a ésta, la imponente Capilla de las Reliquias, obsequiada, según la tradición, por Carlos III
Ya esta capilla alcanzaría para justificar una visita a la Basílica, pero el visitante, o peregrino, rápidamente se sentirá atraído por el altar mayor, obra barroca con ornamentación incaica coronada por la imagen de la Virgen, sobre su pilar, en una pieza del siglo XVIII. Escoltando a la patrona de la hispanidad, Santo Domingo y San Francisco.
Aunque sin valor arquitectónico extraordinario, para el peregrino más que para el turista, detrás de la capilla de San Pedro Alcántara se abre el camino a la Capilla del Santísimo, con Adoración Perpetua. Por luminaria, sencillez del mobiliario, acústica, de los mejores espacios para la Adoración en la Ciudad.
Para el turista, completa la visita a la Basílica un recorrido por el Cementerio de la Recoleta, con bóvedas y mausoleos que, más allá del valor arquitectónico e histórico, son auténticas obras de arte de arquitectura religiosa.
Sin fiesta en las calles
Este 2021, a diferencia de lo que ocurría en los albores de la Argentina, no habrá fiesta en las calles en honor a Nuestra Señora del Pilar. Los tiempos en los que los gobiernos asumían a la fe como motor de la vida cultural y social parecen cosa del pasado. Estas semanas, incluso en el vecino Centro Cultural Recoleta el gobierno de la Ciudad reconoce que tiene obras que pueden afectar la sensibilidad de los cristianos.
No obstante, la reapertura del museo del Claustro Histórico de la Basílica es una buena noticia en una Iglesia que progresivamente tras más de un año de clausuras por la pandemia reabre sus puertas con toda su riqueza, la espiritual, la sacramental y también la cultural.