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Maria Paola Daud - publicado el 22/09/21

El sacerdote se subió a un peñasco con la estatua de la Virgen. Lo que ocurrió después... puede ser catalogado de milagro

Ocurrió el 6 de enero de 1865. La lava, tras una erupción bajaba hacia la aldea de Vena. Todo estaba perdido. Nada iba a poder salvarse. El sacerdote del lugar se subió a un peñasco y desde allí, con la estatua de la Virgen pidió una oración confiada a la Madre.

Un viento furioso apareció entonces como si quisiera golpear a la Virgen. De repente… ¡Todo se calmó! Sucedió el milagro, algo, una mano «omnipotente» frenaba la lengua de lava, la gran fuerza de la naturaleza. 

Así lo recuerda un escrito de la época:

“Tras una erupción repentina, un imponente flujo de lava, que partía de los montes Sartorius, llega al distrito de “Giretto” y amenazando la aldea de Vena y llegando a menos de un kilómetro del Santuario. No es posible describir el pánico y el espanto que invadió a los habitantes de Vena. Sin embargo, la esperanza de aquellos buenos y fervientes cristianos no fracasó: recurrieron a la Virgen, la omnipotente Madre de Dios y la llevaron en procesión hacia la lava que amenazaba con la destrucción y la muerte, no el Santo Icono, sino una estatua de madera de la misma Virgen de Vena, que se veneraba en el Santuario, a imagen de la pintura de San Gregorio Magno.

Sobre la tierra descendía el crepúsculo vespertino y los reflejos rojizos de ese río inmenso e incandescente formaban en aquel tramo de cielo, como un lago de sangre. El reverendo Cantone, que había precedido a sus fieles, se subió a un peñasco saliente, que le sirvió de púlpito y desde allí incitó, una vez más, entre sollozos a los de los fieles, al arrepentimiento y la oración confiada en la Virgen.

De repente se levanta un viento furioso que en espantosos remolinos se arrastra sobre las lavas ardientes hasta golpear la estatua de la Virgen enrojeciéndole  la cara. ¡Un grito de piedad y misericordia surge espontáneamente de la multitud presente! … Después de unos segundos, la calma vuelve y con calma la lava, como detenida por una mano omnipotente e invisible, se detiene en el acto. El prodigio, el gran e innegable prodigio, se había obtenido: aquellos buenos fieles siguieron siendo dueños de sus pequeñas viñas y de sus casas. Aquella estatua, desde ese día, se llamó la «Virgen del Fuego»

 

Esto es lo que se lee en las actas históricas del Santuario de santa María de la Veta (Madonna della Vena), que se encuentra justamente en Vena, Piedimonte Etneo una localidad italiana en Sicilia.

El santuario y su primer milagro

El santuario es muy antiguo, tanto como la ciudad, ya que nació por otro milagro acontecido gracias a Nuestra Madre la Virgen María.

Ocurrió en el 597, cuando unos monjes basilianos (de san Basilio), escapando de las persecuciones decidieron esconderse en las alturas del Etna, llevándose consigo un cuadro de la Virgen, pintado sobre una tabla de cedro.

Cuenta una leyenda que la mula que cargaba el cuadro, a cierto punto se detuvo y comenzó a cavar el suelo con sus cascos, y en ese punto apareció una “veta” de agua.

Los monjes consideraron este acontecimiento como un signo divino y decidieron detenerse en el lugar indicado por la mula.

Allí mismo, con el consentimiento del Papa Gregorio Magno, fundaron el monasterio gregoriano de Vena.

La devoción a la Virgen se hizo tan popular, que muchos decidieron quedarse cerca de Nuestra Madre y así en poco tiempo surge el colorido pueblo de la Vena.

Fuente: santuariodellavena.it, siciliafelix.it