Desde que era niña, la uruguaya Joaquina Rodrigo sabía dos cosas: qué Dios debía estar siempre presente en su vida y que, además, quería dedicarse por entero al básquet. Con seis años ya jugaba en una escuela deportiva y hoy, a los veinte, aspira a participar en las grandes ligas internacionales.
Entrevistada por la Iglesia Católica de Montevideo, ha destacado una victoria sobre ninguna otra en la cancha: mantuvo la fe durante siete meses luchando contra el cáncer.
La fe, siempre presente en su familia
Joaquina se crio en una familia católica de emprendedores junto a su hermano de catorce años en la ciudad uruguaya de Young. Comenta que “son personas de fe”, lo que acredita con las escuelas que escogieron para su formación.
“En el colegio San Vicente de Paúl recibí una formación humana y cristiana. Cursé los últimos años de secundaria en el Santa Luisa de Marillac en Montevideo, y la fe siempre estuvo presente en mi casa”.
"El básquet despertó todo en mí"
Con seis años, Joaquina descubrió la que sería su gran pasión durante toda su vida.
“Empecé a jugar al básquet en una escuela de Young. Despertó todo en mí”. Comenzó jugando en equipos locales y hoy es base de un prestigioso equipo nacional de Uruguay. “Empecé a viajar a viajar todos los fines de semana. Jugué en los clubes Cordón, Malvín y Goes; actualmente estoy en Hebraica Macabi”.
Durante su adolescencia, el cáncer provocó una profunda crisis personal y de fe a Joaquina, que le llevó a plantearse cómo reforzar su fe y ayudar a los demás.
La grave crisis durante el cáncer: "¿Dios, qué estoy haciendo mal?"
Entre partido y partido, su hermana notó que Joaquina tenía el cuello inflamado. “Pensamos que era una contractura por un mal movimiento, pero me puse hielo y no tenía nada que ver”.
La jugadora de básquet afirma que los siguientes meses implicaron una grave crisis personal y de fe. El diagnóstico fue definitivo: linfoma de Hodking. “Me diagnosticaron cáncer, estuve con quimioterapia y me pregunté: `¿por qué a mí?´ Fue un momento de quiebre”, relata.
Desde los estudios hasta el tratamiento pasando por la biopsia, Joaquina pasó siete meses en la Fundación Pérez Scremini donde luchó no solo por mantener el ánimo y la esperanza, también su fe. “No lo entendía, soy deportista, me alimentaba bien, tenía una vida sana y una familia… Le pregunté a Dios qué estaba haciendo mal para pasar por eso.”
Aprendió de la sonrisa de los niños
“Me surgieron dudas, me negué, pero después me di cuenta que no valía la pena”. Pasado un tiempo, la joven paciente quedó impactada por los niños que cada día entraban en la fundación sin saber si saldrían con vida y pese a ello, siempre sonreían. Ella, sin embargo, “sabía que iba a salir de esa”.
“En la vida hay que perseverar y luchar, no solos, sino con Dios, la familia y amigos... Me llevó mucho tiempo entenderlo y aceptarlo, pero le fui encontrando el sentido”.
Aquel tiempo de miedo e inseguridad permitió a la joven salir reforzada. “Dios te pone a prueba, y lo entiendes con el tiempo. Entendí que Dios no se deja ganar en generosidad”.
Gracias a su estancia en la Fundación, mientras pensaba en la recuperación de los niños que la rodeaban, conoció su carrera vocacional y hoy estudia segundo año de Fisioterapia. “Quería involucrarme en algo referido a la salud, y estoy más convencida de que Dios me lo mostró”.
Su misión, ayudar a los demás y estrechar la relación entre la fe y el básquet
Desde hace tres años, Joaquina está de alta, y solo regresa a la fundación para controles rutinarios casa seis meses. Se encuentra totalmente volcada en su vida de fe y estrechar los lazos entre Dios y el deporte.
En el básquet “veo como Dios me exige en su amistad con Él, en perseverar en ella y en la fidelidad. Veo mi pequeñez, lucho por estar y parecerme cada día más a Jesús, y esta relación potencia todo lo que hago: Dios está en todas mis cosas”, afirma.
“La tecnología me ha ayudado a encontrarme con Dios. Tengo mi rutina, mis momentos de oración de mañana y tarde”, explica la estudiante, que vive en una residencia universitaria de Montevideo. “Tenemos oratorio, misas y muchas actividades relacionadas con la vida espiritual”.
Joaquina ha hecho de ser deportista y católica su gran objetivo de vida, y reza a la Trinidad y a la Virgen antes de cada partido.
Cuando Joaquina deja la residencia y entra en la cancha, afirma que no es fácil mantener la coherencia de vida. “Sabes que las demás no piensan igual. Intento ver cómo incidir y que vean a Dios de alguna forma. Hemos tenido charlas sobre la existencia de Dios, y en mi equipo saben que tengo fe, que soy creyente y católica”.
Observa que pese a que algunas van a colegios católicos, muchas de ellas no practican su fe. “Para mí es importante que a ellas les muevan estas preguntas. No pierdo las esperanzas de que alguna se convierta. Rezo antes de cada partido a la Santísima Trinidad y a la Virgen María”.
Mientras, no pierde la esperanza ni en lo deportivo, ni en su vida de fe ni de salud. Con veinte años y 1,65 metros, “aspiro a seguir creciendo y dar el salto en lo deportivo y académico”, explica pensando en Estados Unidos o Europa, sin perder de vista el pilar de su vida. “Se trata de poner amor en todo lo que haces. De esa manera se convierte en extraordinario”, concluye.