Era impactante ver el templo rebosante de fieles piadosos que le llevaban una rosa a la Madre de nuestro Salvador. En algunos escuchaba un dulce; “Ave María”, salido del alma.
Yo estaba acompañado por mi esposa Vida. Llevábamos en la mano un documento para leerlo a la Virgen. Estábamos decididos a dejarlo todo para dedicarnos a escribir y publicar libros católicos de crecimiento espiritual.
¿Cómo lo haríamos? No tenía la menor idea, era un mundo que desconociamos. Ni siquiera teníamos recursos para hacerlo. Era una de esas empresas sin futuro humanamente hablando, casi un absurdo, pero estabamos dispuestos a intentarlo. Sabíamos a quien pediríamos su gracia y protección: nuestra madre espiritual, la Virgen del Carmen, Reina del cielo, a quien su hijo nada niega.
Ibamos confiados sabiendo que seríamos escuchados. Ella es una madre bondadosa que acoje siempre las suplicas de sus hijos.
Leímos a los pies de la madre un pequeño manifiesto, ofreciéndoles nuestro trabajo, los libros por publicar, y le pedimos que nos acompañara en este incierto caminar. Todavía me emociono al recordar aquél momento. Teníamos tantos obstáculos, dudas y temores. Pero también una madre que nos escuchó.
La Virgen no se hizo esperar. A partir de ese día todo fue más sencillo. Se abrieron puertas insospechadas y yo impresionado, no dejaba de agradecer a nuestra Madre del cielo sus favores.
De pronto teníamos más de 70 libros presentes en las librerías de 10 países. Y eso fue solo el principio. Empezamos a traducirlos a cuatro idiomas y a enviarlos a recorrer el mundo. Luego los subimos al portal de Amazon, donde están disponibles.
En mis visitas a Jesús en el sagrario solía decirle: “Qué bella es tu madre Jesús”.
Las cartas y correos empezaron a llegar. Personas tocadas por Dios que al leer estos libros renovaron sus vidas y aumentaron su fe.
Me concentré en lo que se me había pedido, escribir, el resto, lo realmente importante, se lo había dejado a Jesús. “Yo escribo”, le dije, “Tú toca los corazones de los lectores”.
Hoy, que celebramos a la Flor del Carmelo, la Virgen del Carmen, como hijo de María me uno a los católicos que honran a la Virgen, a las celebraciones en todo el mundo y exclamo a viva voz:
“Qué bella eres María”.