Marcelo Van murió en 1959, con 31 años de edad, a consecuencia de la tuberculosis y otras enfermedades adquiridas en un campo de «reeducacion» comunista en Vietnam.
El sacerdote Álvaro Cárdenas recoge frases de gran ternura
Recientemente fueron publicados en español los Coloquios de Marcelo Van, el joven religioso vietnamita muerto en un campo de concentración comunista y cuya causa de beatificación está en marcha. Álvaro Cárdenas, sacerdote de la diócesis de Getafe (Madrid) y organizador de las vigilias Asalto al Cielo, ha destacado algunos de sus diálogos con la Santísima Virgen en el portal mariano Cari Filii
El benedictino Olivier de Roulhac es el actual postulador de la causa de beatificación de Marcelo Van, que comenzó el cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan. En la foto, sostiene una reliquia de Santa Teresita del Niño Jesús junto a un retrato del joven redentorista confesor de la Fe.
Acaba de salir a la luz, hace unas semanas, la preciosa obra que recoge los Coloquios o diálogos interiores que mantuvo el joven vietnamita Marcelo Van con sus interlocutores del cielo. Estos diálogos interiores comenzaron siendo un muchacho de apenas catorce años.
En ellos Marcelo Van, “el pequeño secretario de Jesús”, recoge por orden de nuestro Señor los coloquios o diálogos interiores que tenía con Él, con la Virgen María y con Santa Teresita del Niño Jesús. Estos diálogos, de una sencillez asombrosa y a veces desconcertante, nos enseñan a abrir el corazón a Jesús, llenos de confianza, como lo hacen los niños, revelándonos también el amor y la solicitud maternal de María respecto a su pequeño hijo y la profunda relación filial que él tuvo con ella.
Desde niño, Marcelo Van tuvo que sufrir enormemente por el mal ejemplo y las conductas escandalosas de algunos sacerdotes. Tras años de sufrimiento entró en los redentoristas, donde pudo ver cumplido su sueño desde niño de vivir consagrado al Señor. Antes de iniciar su vida religiosa empieza a tener coloquios interiores con Santa Teresita y más tarde con Jesús y con la Virgen. A través de estos coloquios llegó a la cima del Amor. Murió a los 31 años de edad, extenuado y enfermo, a causa de las penalidades que sufrió en un campo de reeducación comunista en Vietnam. Está iniciada su causa de beatificación y el primer postulador de su causa de beatificación fue el cardenal Van Thuan.
En estos coloquios, la Virgen María habla tiernamente con él, y lo va educando interiormente como una verdadera Madre. Él, por su parte, responde a la delicada solicitud de la Virgen, llamándola “Madre”: «Ya en el Cielo, siempre te llamaré con el nombre de Madre, como suele llamarte mi hermana Teresita. Y si los santos cantan en tu honor algún cántico en que te den el nombre de “Reina”, por mi parte, al llegar a esta palabra “Reina”, la sustituiré por la palabra “Madre”. Sí, este nombre de “Madre” es el único que me gusta darte. No me gusta llamarte “Reina”, ni darte otro nombre. ¡Oh María!, tú eres Madre, sólo Madre, y nada más. Para mí, eres Madre, la única que es verdaderamente mi Madre» (Coloquios, 250).
Sí, María es su Madre. En todos los años de sufrimiento lejos de su madre terrena, ha experimentado la solicitud maternal de la Virgen. Por eso, el niño sediento de ternura materna no encuentra ningún otro modo de dirigirse a la María que como Madre. Todo lo que en la sensibilidad de Van, o en la percepción más o menos implícita de la piedad de su época, pudiera parecerse a una relación de autoridad, aunque sólo fuera algo lejana, viene a ser inaceptable para él. “Su vida mariana” se realiza en una profunda intimidad filial, llena de amor hacia la Madre.
Las frustraciones que su corazón de niño experimentó ante la incomprensión de su madre, a la que admiraba extraordinariamente, hizo que su relación existencial con la Virgen se hiciera más firme y determinada.
Marcelo Van (1928-1959) tuvo una infancia muy dura en su permanente búsqueda de entrega a Dios.
Marcelo Van habla con la Virgen desde una verdadera y profunda actitud filial. Y la Virgen responde a su pequeño hijo con una verdadera y profunda actitud maternal, llena de delicadeza, de amor y de comprensión. Este delicioso diálogo entre ellos nos deja ver esa profunda relación entre ambos:
Marcelo le pregunta a la Virgen: «¡Oh, Madre! Más tarde en el Cielo, seguirás llamándome tu pequeño, ¿verdad?, y yo te daré el nombre de Madre, excluyendo cualquier otro nombre. A propósito, Madre, si no te llamo con el nombre de “Reina”, ¿estarás contenta conmigo? ¿Habrá alguna falta en no llamarte “Reina”?» (Coloquios, 671).
Y la Virgen le contesta: «Hijo mío, ¿te puedo hacer yo también una pregunta? Antes de que muriese, ¿te dijo Jesús que me llamases Reina, o te dijo que me llamases Madre? ¿Dijo: "¿Aquí tienes a María, tu Reina”? No, nunca dijo eso. Al darme a ti para ser tu Madre, al darte a mí para par que seas mi hijo, dijo sencilla y llanamente: “He aquí a tu Madre, aquí tienes a tu hijo”. Por lo tanto, no tiene ninguna importancia el hecho de no llamarme Reina. No soy Reina, sólo tengo el poder de una reina. Respecto a mis hijos, los hombres, sólo soy y siempre seré vuestra verdadera Madre. Jamás me atrevo a tratar con vosotros como una reina con sus súbditos, por temor a hacer mentir la palabra de Jesús expresándome su última voluntad. Jamás me estableció la Trinidad como Reina, sólo me estableció como Madre. Por consiguiente, en el Cielo, no oirás nunca la palabra Reina, sino sólo la palabra “Madre”» (Coloquios, 672).
Habiendo sufrido terriblemente el abuso de poder desde niño, Marcelo Van se dirige a ella para explicarle la razón de su modo exclusivo de tratarla como Madre: «Si se dijera a los pecadores que eres su verdadera Madre, seguramente que se sentirían algo consolados y acudirían a ti. ¿No sería esto muy hermoso? Pero, si por lo contrario se te sigue llamando reina, ¿quién no te tendrá miedo? En su trato con su madre, los niños son muy espontáneos, pero no sucede lo mismo a los súbditos con su reina. Aunque a mí me ofrecieran un montón de piedras preciosas, no me atrevería a acercarme a ella» (Coloquios, 673).
Una inspiración para tiempos de sufrimiento
Cordelia de Castellane y Álvaro Cárdenas, en una presentación de las obras de Marcelo Van.
En los Coloquios, Marcelo Van va recibiendo el amor incondicional de Dios por él, en medio de su fragilidad humana y su debilidad. Además es iluminado respecto al misterio del sufrimiento, encontrando maravillosamente el modo de transformarlo en alegría.
Estos extraordinarios Coloquios son una guía sencilla, segura y adaptada a nuestros tiempos para todos aquellos que anhelamos, desde la experiencia de nuestra fragilidad y debilidad humana, una relación íntima y profunda con Dios. Todo aquel que se aventura a su lectura queda maravillado por la simplicidad, profundidad y delicadeza con que el cielo trata a su pequeño interlocutor y por el modo en que él responde.
Resulta imposible no ver la mano de la Providencia en el hecho de que su vida y su mensaje salgan a la luz precisamente en esta hora de dolor y de extraordinario sufrimiento para el mundo. Podemos preguntarnos por qué ha estado oculto todo este tiempo y por qué el Cielo ha querido que salga a la luz precisamente en este Tercer Milenio marcado por el sufrimiento y por tanta amenazas extraordinarias, tanto para la Iglesia como para el mundo, y en nuestro mundo hispano, en medio de esta terrible y dolorosa pandemia que está llenando el mundo de dolor, angustia y sufrimiento.
Marcelo Van quiere hacerse presente en esta hora de dolor y sufrimiento de nuestra historia para realizar la misión que Jesús le prometió que realizaría desde el Cielo: «En el cielo te daré como tarea... ayudar a tu hermana mayor [Teresa] a derramar en el mundo la confianza en mi amor. […] Más tarde, en el Cielo, como Teresita, no tendrás más que una sola ocupación: hacer caer una lluvia de rosas sobre tu país y sobre el mundo entero…» (Coloquios, 108).
La aparición de Marcelo Van en esta hora de dolor, de perplejidad y de sufrimiento, está aportando al mundo un profético mensaje lleno de luz y de esperanza.
Pincha aquí para visitar el portal de la asociación Amigos de Van.
Artículo publicado originalmente en Cari Filii.