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 No se trata en esta fiesta del nacimiento de Jesús; tampoco hablamos de la Inmaculada Concepción de la Virgen; sí hablaremos del nacimiento de la que habría de ser la Madre de Dios ocurrido nueve meses después. La Iglesia quiso destacar esta fiesta mariana, dentro de sus celebraciones, y la situó en el 8 de septiembre.

ALFA & OMEGA

Los cristianos, enamorados, han mostrado siempre una curiosidad razonable a la hora de conocer detalles en torno al nacimiento de la Señora; han estudiado, investigado, escrito y predicado sobre su nacimiento; pero, como los datos aportados sobre santa María por los evangelistas son parcos porque lo que les interesa es transmitir los dichos y los hechos de Jesucristo, ya adelanto el resultado: no se sabe nada de él. Los santos indagaron sobre la Natividad de la Virgen: Epifanio, Juan Damasceno, Germán de Constantinopla, Anselmo, Eutimio, etc., y quieren abundar los teólogos medievales y los mariólogos posteriores. Pero, a falta de datos revelados, solo se llega a un «posible» por parecer verosímil. Repetimos, como conclusión última, el resultado de tanto esfuerzo: Dios no quiso decirnos nada sobre la Natividad de la Señora. Y lo aceptamos con humildad.

Sí se puede hacer un paseo por los evangelios apócrifos, nunca oficiales y jamás reconocidos; son libros pletóricos de divagaciones e inexactitudes, llenos de figuras, amantes de lo maravilloso y plenos de imaginación. Acerca de la Natividad de María es conveniente el recurso al Evangelio de Santiagoque fue el que consiguió entre los apócrifos mayor difusión.

Sobre sus PADRES. Claro que algún nombre habían de tener; los que han prevalecido fueron los de Joaquín y Ana; pero no es seguro. Los apócrifos hablan de que eran estériles, de sangre real y muy ricos. Claro que todo esto, antes de concederlo, es buena cosa matizarlo.

¿Estériles? Que fueran piadosos y santos parece que es bueno y justo concederlo por el modo habitual de obrar Dios. Pero la idea difundida de que eran ancianos y estériles carece de fundamento revelado y quizá se expuso para resaltar la maravillosa intervención divina al estilo de Isaac o del Bautista. Un asunto solo posible.

¿De sangre real? Que Jesús es de la estirpe de David es cierto por el testimonio de los evangelios de verdad y porque en él se cumplieron las profecías. Pero la conexión con la familia real davídica de igual modo le pudo venir a Jesús por línea materna, como por el matrimonio verdadero de María con José, que era el padre legal de Jesús. Desde luego, las genealogías a quien mencionan es a José; otra cosa es que se preste atención a la opinión que afirma la costumbre que tenían los jóvenes de contraer matrimonio con miembros de la misma tribu y hasta de la misma familia.

¿Tan ricos como para llegar a pagar el doble de los impuestos? Parece que esta sugerencia contrasta con el hecho de la pobreza real sufrida en Belén al nacer Jesús donde no tuvieron ni un pariente, ni una casa. La riqueza que dejó David nueve siglos antes fue la promesa del Mesías, y el hecho de casarse María con un artesano parece contradecir la suposición de potentados a los padres de la Virgen. Por este capítulo, parece que hay que afirmar que la supuesta riqueza de los padres de Joaquín y Ana más que una realidad, es un deseo (A no ser que se sugiera de modo figurado otro tipo de riqueza: la sobrenatural).

Con respecto al resto de la FAMILIA, parece que el evangelista san Juan quiso dar algún dato en el que se apoyaron elocuentes predicadores y sabios escritores para afirmar que la Virgen tuvo una «hermana», la mujer de Cleofás. Pero, a pesar de la claridad de la afirmación joánica, no está tan claro el asunto de su parentesco con la Virgen.

Verás. Es cierto que la afirmación del evangelista puede interpretarse como que fuera hija de Joaquín y Ana, y entonces fuera hermana de sangre de la Virgen; pero ¿no resulta algo extraño que llevaran dos hijas el mismo nombre —María—, dentro de la misma familia? También pudiera interpretarse el dato evangélico como hermana «política» y, en ese caso, Cleofás sería un hermano de sangre de María, hijo de Joaquín y de Ana, o también sería posible que Cleofás fuera hermano de José, o que ella misma lo fuera. El resultado es: inseguridad.

¿Que cómo fue concebida? Era la pregunta que se hacían muchos por aquello de que su concepción fue Inmaculada, es decir, sin el pecado original. A falta de otro dato, queda afirmar que fue concebida de modo natural, que es lo previsto, querido por Dios y hecho santificador en la vida de los esposos. Atreverse a afirmar que fue concebida mediante «un ósculo de paz» responde a torcida y equivocada concepción del matrimonio, con resabios maniqueos. Decir, afirmando, que nació «en altísimo éxtasis» de santa Ana no pasa de ser ficción y no tiene sentido asegurarlo como muy probable, aunque se haga con el intento de enseñar que fue parida sin dolor.

Los teólogos quisieron saber más. Pensaron —sesudos ellos— en asuntos profundos sobre la situación del alma de la Virgen cuando nació: ¿tuvo, o no tuvo, pleno uso de razón?, y ¿ciencia infusa?, y ¿plena libertad?, y ¿fue confirmada en gracia desde su nacimiento, o solo desde la Anunciación? ¡Sutilezas de enamorados ansiosos de saber más para amar mejor! Sí que es dogma —y por tanto verdad— que «llena de gracia» afirma plenitud: virtudes infusas, dones del Espíritu Santo, ausencia de pecado original, y tanta gracia que ni los ángeles, ni ningún santo llegó a poseer por estar en dependencia del amor a Dios y unión con Él.

Aún seguían preguntando los curiosos por el ubi, en el intento de conocer lo más posible sobre el nacimiento —Natividad— de la Madre de Dios: ¿DÓNDE nació? Los santos padres antiguos se inclinaban por Jerusalén, por aquello de que es la ciudad del Templo. Otros dijeron que Nazaret, el lugar de la Anunciación, donde vivió. Alguno habló de Séforis. Sin saber lugar concreto, todos miramos a Oriente donde esa estrella nació y donde, probablemente, fue atendida por las mujeres vecinas y parientes que la lavaron en agua caliente, la frotaron con sal, la perfumaron con hierbas y la aseguraron con vendas según la usanza habitual, sin saber que el misterio les rondaba en aquella labor feliz y normal.

Mucho han hecho los artistas para plasmar el acontecimiento de la Natividad de María; después del códice del siglo XI en la Biblioteca Vaticana, cabe resaltar a Giotto en la Edad Media y a Filippo Lippi en el Renacimiento.