Una historia cuenta que un comerciante adinerado del Mar Mediterráneo, no se sabe cómo, obtuvo la pintura de la Virgen del Perpetuo Socorro.
En medio de un viaje hacia Italia, se desató una terrible tormenta más, cuando el comerciante pidió socorro, el mar se calmó y llegó a salvo a Roma.
Cumpliendo una promesa
El mercader enfermó gravemente y, antes de morir, le hizo prometer a un amigo que colocaría la pintura en una iglesia ilustre y reconocida para que todos honraran a la Virgen.
La esposa del amigo se encariño con la pintura y este no realizó su promesa. Al cabo de un tiempo, el ícono fue puesto en la Iglesia de san Mateo, que quedaba entre las Basílicas Santa María la Mayor y San Juan de Letrán, en donde se obraron grandes milagros.