Patricia Navas - publicado el 12/12/19
¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?» Con esta frase, la Virgen de Guadalupe calmó las preocupaciones de Juan Diego, un pobre indio al que se le apareció en diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, al noroeste de la actual ciudad de México.
El documento NicanMopohua, escrito en el siglo XVI en la lengua nativa Nahuatl, relata estas apariciones determinantes para México:
La madrugada del sábado 9 de diciembre de 1531 san Juan Diego oyó que le llamaban por su nombre y vio a una Niña que se presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios«.
La petición de la Virgen
Ella le pidió que fuera ante el obispo para pedirle que le construyeran un templo:
«Allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores«.
Ese mismo día, sobre las 5 de la tarde, el indio volvió al monte, le habló a María de la incredulidad del obispo y le pidió que escogiera otro mensajero. Pero ella le respondió que insistiera.
«Hijito mío el más pequeño: es indispensable que sea totalmente por tu intervención que se lleve a cabo mi deseo. Muchísimo te ruego y con rigor te mando, que mañana vayas otra vez a ver al Obispo. Y hazle oír muy claro mi voluntad, para que haga mi templo que le pido«, dijo.
El domingo 10 de diciembre en torno a las 3 de la tarde se produjo la tercera aparición. Juan Diego explicó a la Virgen que el obispo seguía sin creerle y le pedía alguna señal. Ella le pidió que volviera al día siguiente. Pero él no pudo hacerlo porque su tío, Juan Bernarndino, se puso muy enfermo.
El martes 12 de diciembre, muy de madrugada, Juan Diego salió a México para buscar un sacerdote ante la gravedad del estado de salud de su tío.
Las rosas como señal
Rodeó el cerro para que la Virgen no lo encontrara. Pero ella salió a su encuentro, lo tranquilizó («te doy la plena seguridad de que ya sanó«) y le envió a la cumbre a recoger, en medio del invierno, unas rosas que servirían de señal.
Al mismo tiempo que se apareció a Juan Diego, se apareció a su tío Juan Bernardino en su casa, le curó de sus enfermedades y le manifestó su nombre, pidiendo que «a su preciosa imagen precisamente se le llame, se le conozca como la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe«.
Ese mismo día 12 al mediodía, en la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga, Juan Diego desplegó su tilma donde llevaba las flores y mientras estas se esparcían apareció una sorpresa en el humilde ayate: la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Millones en el regazo de María
Inexplicablemente, ese tejido con la imagen de la Virgen permanece en buen estado casi 500 años después.
A Nuestra Señora de Guadalupe se le atribuyen muchísimos milagros, y cada año la visitan en su basílica entre 18 y 20 millones de personas.
Muchas de ellas se llenan de paz al recibir en su corazón las palabras que «la Morenita» le dijo a Juan Diego el 12 de diciembre de 1531:
«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?»
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