Por Domingo Aguilera. Febrero 2025
Hay un pasaje en el evangelio de san Lucas en el que María expresa su alegría de una forma explícita. Es en el Magníficat donde leemos: “Proclama mi alma las grandezas del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” ( Lc, 1, 46-47). En ese mismo pasaje el todavía no nacido Juan, dio saltos de júbilo en el vientre de Isabel.
Ya en el Antiguo Testamento aparecen los años jubilares. La Torá dice que cada 49 años se declarará un año jubilar, en los que el campo volverá a su dueño y será un año de gracia y de paz.
Cuando Jesús comienza su manifestación como Mesías se presenta en su pueblo, Nazaret, donde pasó la mayor parte de su juventud. Es en la sinagoga donde, al abrir el rollo de Isaías, se encuentra con el pasaje que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir. (LC, 4, 18-21)
Jesús se manifiesta en un año jubilar, en un año de gracia, aunque sus paisanos no le comprendieron y quisieron despeñarlo por un talud, pero él pasando entre ellos, se marchó (Lc, 4, 30). María vivió este suceso en ese año jubilar, que para ella era el primero de su vida, y cabe pensar como prepararía con ilusión ese año. ¿Qué pasaría ese año? María, como buena hebrea que conocía las Escrituras, sabía que su Hijo era el Mesías, por lo que estaba expectante sobre la manifestación de su Hijo, que ya notó cuando su Hijo se fue al desierto.
En el anterior año jubilar, cincuenta años antes, se produjo un hecho que pasó desapercibido para la mayoría de los judíos y fue que un Patriarca de la familia de David llamado Jacob, que vivía en Nazaret, tuvo un hijo al que puso por nombre José, que fue el esposo de María.
María siguió a su Hijo Jesús durante toda su vida y seguro que en esa ocasión Ella se enteró de este suceso al ocurrir en una aldea tan pequeña. Es seguro que su dolor fue muy grande: su Hijo trae la liberación a la humanidad y los suyos no le recibieron. En ese año de gracia viene el Mesías a decirles que ya ha comenzado una nueva Era, unos nuevos tiempos, que ya las lágrimas han pasado y que es tiempo de júbilo. Y los suyos no le recibieron.
En otro pasaje sus parientes le cuentan a María que su hijo está haciendo locuras y se acerca, con sus parientes, a verle. Escucha de la boca de su Hijo que Ella, más que por su vientre, es bienaventurada por escuchar su palabra y cumplirla
Tanto en estos dos pasajes como en la Cruz, María no perdió nunca su alegría. El júbilo de María siempre fue creciendo, con el paso del tiempo, al cumplir Ella la Voluntad de su Hijo, que era la Voluntad de su Padre.
Aquel año jubilar, en el que Jesús había abandonado su hogar para predicar la buena nueva, María volvió a comprobar que las contradicciones humanas eran el humus donde crecía la alegría. María aceptaba todas estas cosas en su corazón, las meditaba, las trataba con su Padre Dios y volvía a escuchar en su intimidad aquellas palabras del ángel “No temas María”.
Aquél año jubilar, en el que el Cielo derramó toda la Gracia, María creció en esperanza. El desprecio de la humanidad hacia su Hijo no cerró su corazón y no se olvidó de aquellos torpes paisanos suyos. No les juzgó, les perdonó y así Ella pudo crecer como Corredentora. Supo aprovechar la gracia derramada en ese año jubilar con la contradicción de los buenos. De aquellos judíos que, cumpliendo con la Ley, acudían los sábados a la sinagoga.
No olvidemos que este año 2025 es un año jubilar, el de la esperanza. María esperó y se cumplieron sus sueños. Este año es nuestra oportunidad para encontrar lo que tanto deseamos.